22.1.11

Encuentros posmodernos

Así que éste año te propusiste que dejarías tus prejuicios más pinches de lado. Porque no tienen sentido, porque no puedes hablar sin antes conocer de primera mano.

###

Desde diciembre te quedaste con ganas de invitarla a salir. Pero decidiste hacerle caso al sentido común de tus amigos, en vez de dejarte llevar por tu irracionalidad. Porque serías un freak más de internet si invitabas a salir a alguien a quien no conocías.

Pero sí recordabas algo de una foto, que después se convirtió en Pingu y después en un ojo de vidrio. Después de eso nomás quedaban intuiciones.

Y si ella escribió que te podría conocer, que quiere ir al concierto de Andrew Bird; además uno qué sabe de Cortázar, si nunca ha vomitado conejitos dijo...

¿Por qué no?

Te juegas tu única carta, con la posibilidad de espantarla, sin nada que perder, tal vez un follow.

Ella decide continuar la partida, para tu sorpresa, para sorpresa de los testigos.
- "¿La conoces?"
- "No"
- "¿Sabes cómo es físicamente?"
- "No"
- "Que valiente", "Ojalá no sea una psycho", "Ojalá sea guapa", etcétera.
Nunca has tenido una cita a ciegas, parte de eso se debe a que eres un ente que los sociólogos y comunicólogos consideran fuera de lugar (un poco más cercano a Woody Allen que a James Cameron por decirlo de algún modo). Ellos no sabrían a quién presentarte.

Ella toma la iniciativa y te habla. Por fin conoces su voz, lo primero que piensas es que si ella tuviera un programa de radio la escucharías.

###

Coyoacán es el escenario para una comida, ambos comparten el optimismo, nunca expresado, de que el encuentro sea lo menos incómodo posible, por favor.

Al fin se encuentran e intentas actuar como si fuera lo más normal del mundo mundial, aunque a ella la notas extraña.

En tu cabeza ya tenías opciones de restaurantes "decentes" para que ella eligiera alguno. Y te sorprende cuando te dice "vamos al mercado".

Lo raro todavía impera en el ambiente; pero unas tostadas, un erupto, una gripa fastidiosa después dan pie a la risa, a intercambiar la formalidad por algo relajado.

Ella guarda tu suéter y audífonos favoritos en su bolsa gigante.

Ambos cuentan anécdotas. Una tras otra, el final de la oración de uno da pie a la historia del otro.

Dos cafés americanos, quemados sin leche ni azúcar y unos cigarrillos, le da continuidad a su diálogo. Que a ratos vuelves monólogos de los que te arrepientes, sin embargo valen la pena porque ella se ríe. Igual te sentirás mal por egocéntrico.

Ella te cuenta de periodismo, guiones, de Xavier Velasco y Beatriz Rivas, que Brisbane se inundó (está triste por ello), de Legionarios, moral, cómo ser una señorita, (rodillas juntas, pies entrelazados), que no toma, que fuma mentolados, que el último concierto al que fue es de una banda que no conoces, entre otros detalles que volverás a consultar por tu memoria.

La música no es un tema relevante, eso te da gusto.

Le cuentas de tu peor borrachera en la que gritaste "¡ES QUE ES UNA GOLFA! ¡UNA ZORRA!" y que bailaste la Danza de la Pluma a mitad de la calle con tu mejor amigo. En una situación normal no hubieras dicho eso, te habrías censurado. Pero no te importa que te conozca como eres (propósito número dos: sólo sé).

Al parecer no la espantaste porque se rió y no parecía ser por nervios.

Cuando le pides tus audífonos ella se disculpa por haberlos roto, no notas nada hasta cuadras después cuando vez que falta un pedazo. Ella se avergüenza muchísimo, te pide disculpas y esconde la mirada.

A ti te da igual. Porque confías que encontrarás la pieza faltante. 

Se despiden como cómplices de la cita más inesperada en sus 21 y 26 años.

No tienes que caminar más de 20 metros, ahí ésta la pieza para que la música vuelve a sonar. 

Si todavía fueras über supersticioso pensarías que es una señal.

###

Te intentas dormir, te acomodas de un lado, de otro y nada. Mejor escribes.

Pinche insomnio, pinche gripa, los odio.

No hay comentarios: