Interior. La cámara de senadores.
Es un salón muy grande, muchos hombres trajeados, muchos con mal aliento y cara grasosa. Ninguno conocido.
Volteo y en el techo hay una mancha de humedad. Es el único desperfecto del vasto lugar de color crema con acabados en madera muy fina y asientos tapizados en cuero negro.
De pronto veo un rostro conocido, es Papá Rodro, pero tiene una bata blanca que lo hace resaltar entre todas las corbatas y sacos azul marino o negro.
-Rodro! pareces un carnicero con esa cosa- espero a que me conteste con un albur o una risa. Sonríe, pero sé que no fue provocada por mi comentario. Pienso en repetírselo, aunque me detengo porque sé que sería fútil.
-J. cómo estás, años sin verte, aguántame es que...
En ese momento Pedro Díaz (excompañero de la prepa y de la familia Díaz Parada de Oaxaca, conocidos narcotraficantes) le pide un capuchino.
Papá Rodro se gira para prepararlo y otra orden que le exige una señorita de otros cinco americanos.
El movimiento en la sala parece indicar que está por empezar la sesión.
Le hago señas que después nos vemos, después platicamos.
El vuelve a sonreír. Pienso en lo mierda que debe ser ese trabajo sirviendo cafés a senadores grasientos. Pero él se muy contento.
Paso a paso camino hacia atrás buscando la salida.
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